Historiadora de la U. Andrés Bello presenta libro “Los rostros del honor”
Verónica Undurraga, académica de la carrera Licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Educación, refleja en su publicación los diversos usos que hombres y mujeres de siglo XVIII hacían del concepto honor.
Verónica Undurraga, académica de la carrera Licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Educación, refleja en su publicación los diversos usos que hombres y mujeres de siglo XVIII hacían del concepto honor.
«Soy un pobre artesano, pero tengo honor». Estas palabras esbozadas por el artesano Diego Escobar en 1819 se fundaban en los acontecimientos que había sufrido el honor durante los últimos cien años de la Colonia. El concepto había dejado de ser un código cultural monolítico y patrimonio exclusivo de las elites. Esta es la principal conclusión que se expone en el libro: “Los rostros del honor. Normas culturales y estrategias de promoción social en Chile colonial, siglo XVIII”, escrito por la historiadora y académica de la U. Andrés Bello, Verónica Undurraga.
Al analizar cómo bodegueros, pulperas, militares de bajo rango, peones y sirvientes forjaron nuevas nociones de honor, la publicación indaga las dinámicas de circulación y las posibilidades de negociación de los actores sociales respecto de las normas culturales al interior de las sociedades coloniales.
Según la autora, “los diversos rostros del honor y los usos que de ellos hacían las mujeres y los hombres del siglo XVIII, introducen al lector en un mundo ambivalente y cambiante, donde los disfraces de las apariencias iban acompañados por estrategias de movilidad y donde las expectativas del Estado borbónico se encontraban con prácticas tradicionales, como las venganzas a primera sangre”. De acuerdo al análisis de Undurraga, “es en esos contextos que el honor se constituía en una poderosa herramienta de las negociaciones intersociales a la hora de enfatizar o refrendar jerarquías, de definir un matrimonio o de blandir un cuchillo”, comenta.
Prensa UNAB conversó con la Doctora en Historia y académica de Licenciatura en Historia de la U. Andrés Bello, para conocer más detalles del libro publicado por la Dibam, el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y la Editorial Universitaria.
¿Cuál es el objetivo de escribir este libro?
Más allá de estudiar un tema que no había recibido suficiente atención de los historiadores chilenos, siempre me ha interesado investigar la relación entre normas y conductas; analizar las posibilidades de acción que los hombres y mujeres tenían respecto de las normas culturales y legales durante el periodo colonial. Por ejemplo, a fines del siglo XVIII la Corona intervino en la definición de las uniones matrimoniales con el fin de preservar el honor de las familias. Uno puede entender esta norma como una restricción insalvable para los jóvenes o por el contrario estudiar los juicios de desacuerdo matrimonial existentes y observar cómo los jóvenes negociaron con estas restricciones, e incluso cómo las manipularon en su propio beneficio para oponerse a las decisiones de sus padres y tutores. Esta segunda opción ha sido la que yo he seguido.
¿Cuáles son los rostros del honor?
La primera conclusión relevante de mi investigación ha sido justamente esa: en el siglo XVIII chileno no existía solo una concepción del honor. Y esto era muy importante pues significaba que la matriz original, asociada a la nobleza, el linaje y la limpieza de sangre, que restringía el honor a la elite, se vio obligada a convivir con otras versiones del honor. Esta suerte de “democratización” del honor, que llevó a mulatos, peones y artesanos a sentirse sujetos de honor, expresó las profundas transformaciones sociales y económicas que había sufrido Chile a lo largo del siglo XVIII.
¿Se ven rostros femeninos de este concepto?
El honor o la honra femenina se han asociado tradicionalmente al control de la conducta sexual. En el contexto del patriarcado, la honra femenina descansaba en la pureza de la doncella, en la fidelidad de la esposa y en la castidad de la viuda, de modo que el honor del padre, del esposo y de los hijos también se veían implicados en la contención o trasgresión sexual de las mujeres dependientes. El “fantasma” del cornudo era un temor permanente para los hombres coloniales, con independencia de su posición social. Pues, junto a la supuesta “debilidad” femenina, los esposos debían defenderse de los seductores o “donjuanes” que construían su honor a partir de conquistas femeninas. Esta dinámica constituye la principal diferencia entre un honor femenino de contención sexual y un honor masculino de expansión, de conquista sexual.
¿Se puede hablar de apariencias en esa época?
En el siglo XVIII hubo una “cultura de la apariencia” particularmente relevante en los centros urbanos de toda América colonial, como ha sido estudiada por diversos autores. Una mujer que quería ser catalogada de “española” –y no de “mestiza” o de “mulata”–, además de su limpieza de sangre debía lucir una apariencia española, es decir, vestirse con determinadas prendas, acompañarse de una criada, salir casi exclusivamente a misa y adecuar sus gestos al modelo conductual establecido. Todo lo anterior implicaba, por supuesto, capacidad económica suficiente para sustentar materialmente dicha apariencia. Por ello la variedad del honor en el siglo XVIII no se entiende en forma aislada de las diversas transformaciones económicas y sociales del periodo.
Por Valentina del Campo
vdelcampo@unab.cl
Escrito por: Prensa-UNAB