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Glaciólogo UNAB Viña del Mar participa en investigación sobre el impacto de la contaminación en la Cordillera de Los Andes

Los investigadores a cargo del estudio interuniversidades, en el que participó el profesor Francisco Fernandoy, trabajaron a 6000 metros de altura en el Norte de Chile y 20° bajo cero en la Antártica, concluyendo que la contaminación no explicaría, por sí sola, el retroceso glaciar observado a nivel continental.

Santiago, la capital de Chile, tiene más de 6 millones de habitantes y regularmente experimenta graves episodios de contaminación, particularmente durante el invierno. Polución urbana que también puede tener un impacto en las regiones no urbanas circundantes a ella, a través de la dispersión de contaminantes por los vientos predominantes.

Fenómeno ante el cual, la comunidad científica se vio enfrentada a la necesidad de determinar si la cantidad de carbono negro (hollín) u otras impurezas, presentes en la Cordillera de Los Andés, han afectado sus reservas de nieve y que además motivó el desarrollo del Proyecto Anillo titulado «Carbono Negro en la Criósfera Andina».

Financiado por CONICYT, «Carbono Negro en la Criósfera Andina«, es desarrollado por un grupo de investigadores de seis universidades de Chile, entre los que se encuentra el académico de geología de la U. Andrés Bello Viña del Mar, Francisco Fernandoy. El estudio representa el mayor esfuerzo realizado en el Hemisferio Sur para cuantificar la influencia y el transporte del carbono negro (hollín) y otras impurezas en la Cordillera de Los Andes y en la Antártica.

Campaña de terreno

Aunque la Cordillera tiene zonas puntuales mayormente impactadas, como aquellas cercanas a lugares con actividad humana, la investigación se enfocó en puntos que podrían considerarse representativos del estado general de Los Andes. La misma idea fue aplicada para la selección de puntos de muestreo en Antártica, sin embargo en ese continente, los puntos fueron significativamente más restringidos del que los investigadores hubiesen deseado.

Muestras de nieve andina y antártica fueron recogidas por sucesivas expediciones durante los últimos dos años. Los equipos de trabajo, compuestos por investigadores y estudiantes, trabajaron a 6000 metros de altura en el Norte de Chile, y a 20 grados bajo cero en la Antártica. En estas campañas, se  acumularon cientos de muestras que fueron analizadas siguiendo una técnica desarrollada originalmente por el Dr. Stephen Warren, asesor del proyecto e investigador de la Universidad de Washington (Seattle).

Las muestras de nieve fueron derretidas, y el agua resultante filtrada. Las impurezas contenidas en la nieve y que fueron capturadas en los filtros, fueron analizas en el Laboratorio de Radiometría y Fotometría de la Universidad de Santiago. El proyecto implicó analizar cientos de muestras de nieve a lo largo de un trazado lineal de casi 7 mil kilómetros, abarcando desde Putre en el desierto de Atacama, hasta el campamento Glaciar Unión en Antártica (a poco más de 1000 kilometros del Polo Sur).

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Buenas noticias

Los muestreos realizados por los investigadores pudieron demostrar que afortunadamente la cordillera no está fuertemente afectada por la contaminación. De hecho, las concentraciones de carbono negro detectadas en las muestras de nieve andina fueron en general menores a los 14 nanogramos de hollín por gramo de nieve, lo que puede considerarse bajo y ubica el nivel de concentración de las nieves andinas al nivel de Alaska o el Ártico canadiense.

Aunque se esperaba que las concentraciones de carbono negro fueron bajas en la zona norte del área de estudio de la cordillera, los bajos valores de impurezas en la zona sur fueron sorpresivos para los investigadores, pues la nieve en el sur del país está cerca de centros urbanos que en invierno usan leña como fuente de calefacción.

El estudio también reveló notables excepciones, es decir, puntos en los que se detectaron concentraciones mayores a 40 nanogramos de hollín por gramo de nieve: Cerro Toco en la Región de Antofagasta (muy cerca de generadores a diésel de grandes proyectos astronómicos), y Valle Nevado/La Parva (muy afectada por la contaminación de Santiago).

Respecto a la nieve Antártica, la investigación confirmó que se trata del continente más limpio del mundo. Las concentraciones de hollín en Glaciar Unión, resultaron menores a 1 nanogramo por gramo de nieve mientras que, en los lugares cercanos a las bases nacionales, en el extremo norte de la Península Antártica, la concentración resultó similar a la medida en algunos puntos del Ártico (entre 3 y 6 nanogramos por gramo de nieve).

El final del principio

De los resultados de esta investigación surgieron una serie de preguntas científicas por contestar, especialmente en la zona central, una de las más expuestas a la contaminación que genera Santiago. Por ejemplo, determinar la altitud que el carbono negro generado en Santiago puede alcanzar en la cordillera, para determinar si la contaminación urbana tiene un papel significativo en la tasa de derretimiento de los glaciares.

“Durante los muestreos realizados en verano, detectamos gran presencia de carbono orgánico presumiblemente generado en incendios forestales. Evaluar la influencia de estos incendios requerirá esfuerzos adicionales considerando su esperado aumento como consecuencia del cambio climático”, explica el Dr. Francisco Fernandoy.

La principal conclusión que dejó este estudio dice relación con que la contaminación no puede explicar, por si, el retroceso observado en las últimas décadas en la cobertura de nieve o de los glaciares andinos. Aunque, no obstante, esto no disminuye los devastadores efectos del Calentamiento Global y sus efectos sobre la criósfera Andina.

Muestras de nieve andina y antártica fueron recogidas por sucesivas expediciones durante los últimos dos años. Los equipos de trabajo, compuestos por investigadores y estudiantes, trabajaron a 6000 metros de altura en el Norte de Chile, y a 20 grados bajo cero en la Antártica. En estas campañas, se  acumularon cientos de muestras que fueron analizadas siguiendo una técnica desarrollada originalmente por el Dr. Stephen Warren, asesor del proyecto e investigador de la Universidad de Washington (Seattle).

Escrito por: Natalia Cabrera