Experto advierte sobre riesgos de automedicación para combatir alergias
En primavera el uso de antihistamínicos es uno de los fármacos más requeridos. Sin embargo, antes de usarlos es importante conocer sus propiedades y riesgos asociados, explica José Manuel Delgado, académico de la Escuela de Química y Farmacia de la U. Andrés Bello. Con la llegada de la primavera se incrementa la carga de alergenos […]
En primavera el uso de antihistamínicos es uno de los fármacos más requeridos. Sin embargo, antes de usarlos es importante conocer sus propiedades y riesgos asociados, explica José Manuel Delgado, académico de la Escuela de Química y Farmacia de la U. Andrés Bello.
Con la llegada de la primavera se incrementa la carga de alergenos en nuestro ambiente, aumentando la frecuencia de las reacciones alérgicas, caracterizadas por incómodos síntomas como los estornudos, el prurito ocular, la irritación de las vías respiratorias y el escozor cutáneo, entre otros. Por todas esas molestias, aumenta considerablemente el uso de antihistamínicos, uno de los grupos farmacológicos de mayor uso en esta época del año.
Estos fármacos son ampliamente empleados en el tratamiento de los cuadros alérgicos estacionales, debido a su capacidad para bloquear la acción de la histamina, sustancia mediadora que se libera durante la fase temprana de la reacción alérgica. A su uso masivo contribuye además que son de fácil acceso, lo que propicia la automedicación, por lo que es importante conocer tanto sus propiedades como los riesgos asociados a su empleo.
Sus efectos
Según explica José Manuel Delgado, académico de la Escuela de Química y Farmacia de la U. Andrés Bello, los primeros antihistamínicos que salieron al mercado, denominados de primera generación, entre los que se encuentran la clorfenamina y la difenhidramina, poseen marcados efectos sedantes, debido a que inhiben la acción de la histamina a nivel del sistema nervioso central, lugar donde esta sustancia interviene en la regulación de los estados de sueño y vigilia. Por esta razón, “hasta el 50% de las personas que consumen estos medicamentos, desarrollan somnolencia y disminución de la concentración, limitando su capacidad para manejar y su rendimiento laboral”, asegura el experto.
Además, asociado a su uso, los adultos pueden desarrollar estados de depresión y ansiedad, aunque paradójicamente, en algunos casos se observan reacciones de hiperactividad e insomnio.
Paralelamente los antihistamínicos de primera generación producen un marcado efecto anticolinérgico, por lo que intervienen en el equilibrio del sistema nervioso, produciendo por esta causa, efectos adversos como sequedad bucal, taquicardias, dificultades en la visión, disfunción eréctil, retención urinaria y estreñimiento, entre otros.
Los riesgos asociados a estos fármacos se acentúan cuando se consumen conjuntamente con otros medicamentos que actúen a nivel del sistema nervioso como los barbitúricos, antidepresivos y otras sustancias depresoras como el alcohol, agrega Delgado. Estos productos están contraindicados para mujeres embarazadas o en menores de dos años y hasta los 12 años, sólo deberían consumirse bajo supervisión médica.
Segunda generación
Los antihistamínicos de segunda generación como la loratadina y la cetirizina, representan un progreso en las terapias contra las alergias. Estos medicamentos penetran muy poco al sistema nervioso central, por lo que evitan en gran medida la somnolencia y los efectos depresores causados por la acción antihistamínica a este nivel.
Sin embargo, se ha demostrado que algunos fármacos pertenecientes a este grupo terapéutico, entre los que se encuentran el astemizol y la terfenadina, pueden producir alteraciones cardíacas, sobre todo si son administrados conjuntamente con medicamentos que afecten su eliminación o que produzcan este mismo efecto, advierte Delgado.
“Por esta razón, deben ser consumidos con precaución por pacientes con patologías hepáticas o renales”, subraya el académico de la UNAB.
Finalmente, el especialista afirma que no es conveniente, en ninguna circunstancia, recomendar a otra persona el uso de estos fármacos por el simple hecho de que ‘nos ha hecho bien’. “Es necesario consultar a un médico quien deberá indicar las pruebas de sensibilidad con el objetivo de identificar el o los productos causantes de la alergia. Una vez reconocido el alergeno, idealmente se debe evitar el contacto y en los casos en que esto no sea posible, se indicará un tratamiento adecuado a las necesidades individuales evaluando la relación riesgo beneficio en cada paciente”, concluye.
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Sonia Tamayo
stamayo@unab.cl
Escrito por: Prensa-UNAB