Revista Nos| Nacer, pero con respeto
El Dr. Jorge Cabrera Ditzel, director de la Facultad de Medicina de la Universidad Andrés Bello sede Concepción analiza en Revista Nos la evolución de la medicina obstétrica en materia de derecho de la mujer.
Forzar el parto, decidir una cesárea sin necesidad, hacer comentarios irónicos o tratar a la madre como si fuera culpable en este proceso natural ha llevado a especialistas a revisar el tema, a encender alarmas y denunciar el maltrato que viven cotidianamente mujeres en todo el mundo. En el Congreso espera la Ley Trinidad para terminar con la normalización de estos hechos, todavía invisibles en su mayoría. Distintos profesionales hablan de los componentes más comunes en este trato y recomiendan cómo prevenir estas conductas para que mamás e hijos vivan partos humanizados, dignos y felices.
Por Loreto Vial, Revista Nos
Consuelo tiene hoy 47 años. Es hija de madre soltera y mamá de tres varones. El menor nació hace 10 años en Estados Unidos, en un centro de parteras, en donde vivió, dice, la experiencia más maravillosa de gestación y parto. Allí sintió que se realizaba como mujer, y entendió la relación entre dolor, fortaleza y apego.
Sus embarazos y la experiencia de su propio nacimiento la han hecho comprender por qué ciertos conceptos, como “parto humanizado”, “parto respetado” o “violencia obstétrica”, se han puesto en boga en la medicina de la maternidad y en el entorno social. “Es positivo que se hable de esto, porque las mujeres no somos conscientes de lo importante que es el momento de parir para nuestra vida posterior y para la relación con nuestros hijos”, explica después de relatar el episodio que marcó su nacimiento.
“Mi mamá era una mujer trabajadora que se enamoró, se embarazó y quedó sola después de evidenciar su gravidez. Fue terrible saber que éramos dos, pero más terrible fue el trato que recibió durante el parto, situación que terminó con mi gemela muerta. No le hicieron caso a sus dolores, y mi hermana nació sin ayuda en un pasillo de hospital, se golpeó y falleció. Yo me salvé providencialmente. Mi mamá me contaba que la experiencia de dar a luz fue traumática, que la gente que la atendió la retaba, la humillaba por ser sola y por hacer ‘cosas de mujer casada’. La culparon por lo que pasó, y no entendía mucho lo que le explicaron en términos legales. Sólo tenía el recuerdo nebuloso de que la obligaron a firmar un papel en momentos en que sólo quería llorar y que Dios la perdonara por lo sucedido”, explica con nostalgia, Consuelo.
Violencia invisibilizada
Según la Coordinadora por los Derechos de Nacimiento Chile (CDN), serían miles las mujeres que recibirían malos tratos en los lugares de atención de salud, además de intervenciones muchas veces innecesarias y prácticas obsoletas que terminan dañando la integridad física, sicológica y emocional de las pacientes que sufren violencia obstétrica. Por ello, hace casi dos años trabajan en un proyecto que promueva partos y nacimientos respetados, y establezca lo mínimo necesario para la protección de los derechos fundamentales de la mamá y de su hijo. Es la llamada Ley Trinidad, que se inspira en el caso de Adriana Palacios, quien luego de pedir ayuda cuatro veces en un centro de salud en Pozo Almonte, a las 40 semanas de embarazo perdió a su hija, Trinidad, por no recibir atención oportuna.
El Observatorio de Violencia Obstétrica en nuestro país, liderado por antropólogas, matrones y abogados, enfatiza que la Violencia Obstétrica representa un alarmante y generalizado problema de salud pública mundial, que implica altos índices de intervención y medicalización rutinaria, que incluye maltrato físico y verbal. Ésta sería ejercida indistintamente en sistemas públicos o privados, nivel socioeconómico o cultural, religión, etnia, y orientación sexual e identidad de género. En una de sus últimas declaraciones, donde manifiestan públicamente su posición ante la cercanía del Día de la Mujer, el 8 de marzo, explican que “este flagelo es una grave violación a los Derechos Humanos, dado que la mujer no es reconocida como sujeto de derechos, y es socavada su autonomía y soberanía sobre su cuerpo y sus procesos sexuales y reproductivos. De igual forma, atenta contra su potestad en las decisiones en torno el bienestar de sus bebés. Se trata probablemente de una de las formas de violencia hacia las mujeres más naturalizada e invisibilizada que existe”.
No hay cifras respecto del tema, y el Observatorio está haciendo esfuerzos por configurar el mapa de este problema en Chile.
Tampoco hay un procedimiento claro para denunciar y eso es un freno para quienes se sienten violentadas. “Creo que es una mezcla de factores: ignorancia e inocencia. Se desconoce todo lo que abarca el concepto y se piensa que sólo se da en contextos vulnerables y, por otra parte, se confía plenamente en el equipo médico, suponiendo que acompañará y respetará nuestro proceso interviniendo cuando realmente sea necesario, lo que a veces no sucede”, explica Carolina Irarrázabal, quien tiene una larga experiencia en embarazos y partos en Concepción.
Carolina es sicopedagoga de profesión y después de pasar por una experiencia poco amable en su parto decidió convertirse en doula, que es una profesional capacitada en el parto, que proporciona apoyo emocional, físico y educativo a una madre que está esperando, está experimentando el parto o ha dado a luz recientemente. Su propósito es ayudar a las mujeres a tener una experiencia de parto segura, memorable y empoderada.
Carolina señala que este mal se denuncia o visualiza muy poco, porque a veces simplemente la mujer ignora que se vulneraron sus derechos, o porque se opta por olvidar, y las que llegan a denunciar generalmente quedan en eso. “Los ejemplos que te mencioné son comunes, y hay otros más explícitos en los que no hay necesidad de informarse para saber que estás siendo violentada, ya que son de sentido común, como las burlas, palabras hirientes, ignorar tus dudas del proceso de parto y también hacerte sentir culpable”, comenta.
Eso, justamente, es lo que temía Consuelo. “Mi primer parto fue normal, en un hospital público y de urgencia. Fue rápido y mucho más amable de lo que pensé. Sin embargo, estuve en una sala con varias mujeres que no pasaban por lo mismo. Escuchaba al equipo médico decir: ‘de qué te quejas si sabías que todo lo que entra tiene que salir’, ‘es fácil hacer la guagua; ahora, aguántate’, ‘mira cómo se quejan… creen que esto es como ir de paseo’. Pero no todas las enfermeras, matronas o médicos actúan igual. Había personas amorosas, delicadas y comprensivas, pero tampoco hacían mucho, porque parecía que la mala práctica de algunos era normal”.
Su siguiente parto fue por cesárea programada. “El médico me dijo que era más cómodo programar en diciembre para que no me complicara con las fiestas de fin de año, y acepté. Lo tomé a la ligera, pensé que era lo que debía hacer. Me fue bien, pero con los años entendí que me perdí una oportunidad única con mi segundo hijo”, agrega.
Entender el contexto
Pero ¿cómo entienden los especialistas la figura de la Violencia Obstétrica desde dentro del sistema? El doctor Jorge Cabrera Ditzel, ginecólogo obstetra, Director de la Facultad de Medicina y Director de la Escuela de Obstetricia en la UNAB sede Concepción-Talcahuano, da una mirada amplia al proceso de la maternidad en la salud pública, y destaca el éxito que hoy existe en nuestro país en el control de las embarazadas, su pronóstico y el de sus hijos. “La Violencia Obstétrica hace referencia a los procedimientos impuestos a mujeres en proceso reproductivo, ya sea durante el control prenatal, en la resolución del parto o posteriormente. Su análisis debe considerar el contexto de la relación de medicina y sociedad, hecho dinámico de clara interdependencia, que resulta ser una ecuación con diferentes grados y matices en los distintos países, donde el tema central es la equidad de género en los niveles de toma de decisiones, donde existe una real y objetiva defensa de las demandas del género femenino”, sentencia el facultativo.
En el caso chileno, agrega el Dr. Cabrera, la creación del Servicio Nacional de Salud en la primera mitad del siglo XX fue la piedra angular para superar los índices de mortalidad que existían a raíz del embarazo y nacimiento. “Con ese marco se logró una drástica disminución de la mortalidad materna y la de aborto, con un efectivo plan de control de natalidad, que nos ha llevado a ostentar cifras similares a los de países desarrollados”, puntualiza.
Al principio, la normativa ministerial en el campo de la Obstetricia debía ser cumplida rigurosamente, con los controles prenatales sin oposición de las gestantes, ya que garantizaba el éxito del binomio madre-hijo a la luz de las cifras exhibidas, logrando en la actualidad una atención profesional prácticamente del ciento por ciento de las embarazadas.
La atención del parto en esos tiempos debía cumplir exigencias, muchas hoy en desuso, como el enema intestinal y el rasurado obligatorio del vello púbico al inicio del trabajo de parto. La madre tenía que entregarse al protagonismo del equipo médico, quedando relegada a un rol secundario, siendo depositaria de todo tipo de intervenciones, como fiel reflejo de una medicina paternalista.
“No existía el concepto de violencia obstétrica, acuñado en la actualidad como una exigencia social de género que emerge cuando han sido superados los problemas básicos asociados a la salud humana; en este caso, la reproductiva. Existían normas que debían cumplirse sin excepción”, destaca el doctor.
Pero había también otras complicaciones presentes en el fenómeno de la reproducción, como la temida placenta previa y su hemorragia, o las presentaciones fetales anómalas que, sin los actuales avances de la medicina, terminaban frecuentemente en tragedia. Estas situaciones fueron remediadas con la operación cesárea, practicada por médicos obstetras. En esos tiempos, imperaban maniobras e intervenciones que buscaban extraer al feto por vía vaginal, muchas con importantes secuelas para la mujer. De hecho, en los ‘70, la tasa de cesáreas no superaba el cinco por ciento.
Actualmente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un porcentaje no mayor a 19 % para la operación cesárea, ya que cifras superiores no se asocian con mejores índices de disminución de mortalidad materna ni de neonatos. El análisis del aumento inusitado del porcentaje en nuestro país tiene múltiples explicaciones y razones.
“Cesárea innecesaria”
Carolina Irarrázabal cree que una de las formas más comunes de Violencia Obstétrica en nuestro país es, justamente, la “cesárea innecesaria. Hay todo tipo de maltratos, unos más explícitos que otros, algunos pasan desapercibidos bajo argumentos médicos injustificados como, por ejemplo, la rotura temprana de membranas o la cesárea innecesaria. Es una posibilidad que salva vidas pero, lamentablemente, se le practica indiscriminadamente, transformándola -sobre todo en Concepción- en la forma más común para nacer. También está el famoso ‘goteo’ o ‘suerito’ que, a veces, colocan apenas llegas con el único fin de acelerar el trabajo de parto. También es una falta no permitir que la mujer se mueva durante su trabajo de parto, teniéndola en constante supervisión de los latidos cardíacos o la rotura de membranas, un acto que se produce de manera natural si se le da tiempo al proceso. Lamentablemente, es lo que menos se tiene, porque vivimos en un mundo en que la inmediatez e individualidad priman sobre lo natural y el respeto por el nacer. Desde hace tiempo empezamos a nacer de lunes a viernes y en horario de oficina; mientras eso prime, esto no va a cambiar”, reflexiona la doula.
La matrona está capacitada para la labor de atención de partos de evolución normal en las maternidades de los hospitales públicos del país. Aquellos más complicados, en el servicio público son resueltos por médicos obstetras, funcionarios del sistema público. Los partos vaginales atendidos por matronas varían en las distintas maternidades públicas en promedio algo superior al 50 %. El resto, con operación cesárea, quedan en manos de médicos especialistas.
Algo diametralmente opuesto sucede en el sistema privado, salvo en muy escasas excepciones, puesto que las matronas no atienden partos en clínicas privadas. El doctor Jorge Cabrera sostiene que la tarea de recibir a los bebés es asumido por médicos obstetras, quienes están preparados para intervenciones quirúrgicas relacionadas con el parto, y no para condiciones de evolución normal del desarrollo de un evento eminentemente fisiológico, que requiere de su responsabilidad y que es largo, comparado con una cesárea que no excede los 45 minutos. La elección va en favor de optimizar los tiempos, con importante número de cirugías programadas con todo tipo de argumentos, reflejando el empoderamiento de una sociedad inmediatista incapaz de reflexionar sobre los supuestos avances de una medicina que acepta el intervencionismo sin manifestar autocrítica.
“Esto podemos interpretarlo como violencia obstétrica, sin excluir la complicidad de la sociedad, que muestra una resignada postura al aceptar la decisión médica como infalible”, sentencia el Dr. Cabrera.
Sí, porque vivimos en una sociedad que no quiere pasar por dificultades, es más bien hedonista y busca que todo sea fácil, rápido y sin dolor. “El dolor en el trabajo de parto es el único de la especie que indica que todo está bien. Tiene distintas miradas, y muchos buscan eliminar su presencia, por lo que no se escatiman esfuerzos para combatirlo: analgesia endovenosa, anestesias regionales y otras medidas que, en conjunto, dificultan el proceso fisiológico del parto”, añade el especialista.
El facultativo afirma que en el país no se ha hecho mucho respecto de la implementación del Consentimiento Informado, que marca el término de la medicina paternalista, y que depositaría en la paciente la aceptación de procedimientos frente a una presunta completa información entregada por los profesionales. “Este derecho de las pacientes, supuestas representantes de una sociedad consciente de obligaciones y derechos, debiera descartar toda posibilidad de violencia obstétrica en ambos sistemas de salud, quizás mayor en el servicio público, pero sabemos de la queja universal de demandas de un trato digno en muchas latitudes. Un buen ejemplo es la experiencia de países desarrollados del norte de Europa, en que gestantes con condiciones fisiológicas y evolución normal solicitan y son autorizadas para ser atendidas en sus domicilios, con sus cercanos. Esto muestra una fuerte reminiscencia del pasado, que manifiesta la confianza en el protocolo y en la profesional matrona que la asiste, revelando además el orgullo de la capacidad de parir como rol principal y protagónico en el parto”.
Eso es lo que facilita una doula como Carolina Irarrázabal. Dice que lograr un parto respetado y humanizado es un tema que abarca muchos aspectos, pero “creo que algo relevante e indispensable es que la mujer conozca su cuerpo y el proceso que va a vivir, profundice sus derechos y elabore un plan de parto. Eso sí, sin caer en planes rígidos e irresponsables, que le puedan acarrear consecuencias negativas. Hay que tener mucha precaución, pues llegan mujeres que solicitan no realizar algunos procedimientos, atando de manos al equipo médico. Si se necesitan, a veces hay que hacerlos, porque para eso fueron diseñados. Por eso es importante interiorizarse en el tema, aprender del proceso e, idealmente, reflexionarlo como mujer y con la pareja”.
Irarrázabal recomienda informarse a través de la OMS, cuya página oficial explica los deberes y derechos en un nacimiento. “Las mujeres y sus parejas deben culturizarse al respecto, cómo nacemos, cómo es el proceso. Estamos diseñadas para parir, y nuestro cuerpo realiza todo el proceso sin que lo guiemos, tal como durante la gestación, pero debemos siempre preocuparnos por saber un poco más”, insiste.
Eso es lo que hizo Consuelo con su tercer hijo. Se informó, conoció y se atrevió. “También se dieron las cosas. Estaba en Miami cuando supe que tenía tres meses de gestación, y conocí a algunas latinas que habían tenido a sus hijos en casa, o en centros guiados por parteras o matronas. Allá estaba muy en boga asumir el parto natural, pero tenía miedo, porque creía que no podría hacerlo después de una cesárea. Comencé con clases de preparación, ejercicios, acondicionamiento físico, y cuando llegó el momento del parto, la adrenalina, el dolor y el conocimiento se juntaron para hacerme fuerte y consciente. Nunca pensé que esa sensación de dolor me podría dar tanta felicidad. Tuve a mi hijo en una piscina terapéutica, con mi marido, con profesionales amorosos, y con mi mente y cuerpo al ciento por ciento. Nunca me sentí tan poderosa, tan mujer y tan humana. Sé que no todas pueden pasar por lo mismo, tampoco en Chile se conjugan estas condiciones, pero sí se pueden hacer cambios para que las familias vuelvan a apreciar los nacimientos, que no lo vean como una programación y que sientan la maravilla de intercambiar procesos químicos, emocionales y fisiológicos con ese nuevo ser que llega al mundo”.
Escrito por: Tania Merino