La Tercera | Una olla a presión en época de crisis
Sobre crisis y el sistema electoral habló el director ejecutivo del Centro de Políticas Públicas, Gonzalo Valdés, en una columna de opinión.
El director ejecutivo del La Tercera.
A continuación, la compartimos y aquí puedes leerla en el medio.
Una olla a presión en época de crisis
El mundo vive una crisis de polarización. Desde Estados Unidos, con la aparición de Trump y Sanders, pasando por España con el surgimiento de Podemos y Vox, y llegando a las protestas en Hong Kong. Y Chile no está ajeno.
Lamentablemente, la crisis nos sorprende en un muy mal momento. Es evidente el desprestigio de carabineros, las fuerzas armadas, la iglesia, los fiscales, los empresarios y los políticos. No quedan instituciones que generen confianza y puedan tender puentes entre las distintas posiciones.
Fue en este momento en que cambiamos el sistema electoral, un componente clave del sistema político. Y el cambio entrampó el sistema, evitando que las muchas demandas tengan posibilidad de ser resueltas políticamente.
Si los políticos no tienen necesidad de negociar, simplemente no lo harán. Y, si los políticos no se ponen de acuerdo, no hay nueva legislación, se estancan las políticas sociales y, tarde o temprano, el jefe de gobierno decide gobernar por decreto. Un sistema democrático funcional evita a toda costa el bloqueo.
Para evitar la paralización es imperativo dar incentivos para que los políticos se pongan de acuerdo. Hay dos grandes zanahorias para que los políticos se organicen: la reelección y gobernar el país.
En un sistema parlamentario, el gobierno lo maneja la coalición que junta más del 50% de los representantes. Por definición, entonces, el gobierno tiene apoyo del parlamento. Un partido de centro, en este sistema, tiene un peso gravitante ya que es capaz de trabajar con coaliciones más diversas.
En un sistema presidencial, en que la ciudadanía vota directamente por quién gobernará, sólo queda el sistema electoral para incentivar la organización. Y el más claro está dado por el sistema mayoritario, en que el parlamentario que más votos saca gana. Este sistema obliga a las distintas tendencias a coordinarse, ya que una coalición dividida no tiene posibilidades de ganar.
Ambos tienen pros y contras. En un sistema parlamentario es más fácil abusar de la autoridad, ya que no existe división de poderes, pero no hay bloqueo. En un sistema presidencial hay claros pesos y contrapesos, pero existen bloqueos debido a resultados mixtos (el presidente no tiene mayoría parlamentaria).
Chile está en el peor de los dos mundos. El presidencialismo con un sistema electoral proporcional no promueve los acuerdos. Los costos de no implementar leyes se los lleva el gobierno y los bloquea el parlamento. Electoralmente, es atractivo tener un relato propio, diferenciado de la competencia. Peor aún, un parlamentario electo por el partido A, puede cambiarse al B si le dan mejores condiciones, lo que debilita a los partidos. El gran tamaño de los distritos hace que las campañas sean costosas, por lo que la farándula se vuelve competitiva, o que se explote la “política de nichos” donde lo que importa es representar a una pequeña parte de la población y no generar acuerdos.
Ante este escenario se levantan voces pidiendo ir al parlamentarismo. Les juega en contra que nuestra experiencia anterior terminó en guerra civil, que la ciudadanía prefiere votar por el presidente de forma directa y que cambiar un sistema político de un día para otro generará un caos de magnitudes insospechadas. Sería una medida impopular entre los ciudadanos y fuertemente resistida por una parte de la clase política.
La otra alternativa es moverse hacia un sistema mayoritario con distritos pequeños y sólo un ganador por distrito. En este caso, se resisten (a) los partidos de extrema izquierda y derecha porque quedan afuera, (b) los partidos de centro, que están cómodos ahora que recuperaron su identidad y (c) un grupo de técnicos que cree que la proporcionalidad electoral es sinónimo de justicia.
Por último, está la alternativa del semipresidencialismo, en que un gobierno es bicéfalo: la ciudadanía elige un presidente y el congreso al primer ministro. Para evitar los roces entre éstos, generalmente se delimitan las atribuciones de cada autoridad. Este sistema, evidentemente, también puede ser criticado por las razones anteriores.
En definitiva, será prácticamente imposible moverse hacia alguno de los modelos, quedándonos en el peor de los dos mundos. Viene la época del bloqueo, sin capacidad de liberar las tensiones internas ni de enfrentar las externas. Una olla a presión en una época de crisis internacional.
Escrito por: Sonia Tamayo