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A pata pelá│María Francisca Blanco, investigadora del Centro de Biotecnología Vegetal UNAB

En el último Diario UNAB la investigadora del Centro de Biotecnología Vegetal UNAB se sacó los zapatos bailando, su gran pasión. Conoce aquí algo de su historia.

Investigadora del Centro de Biotecnología Vegetal UNAB

María Francisca Blanco

“¡Feliz hubiera sido del Bafochi!”

 Por Macarena Villa

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Sentada en su oficina, habla por teléfono. Sonríe. Mueve las manos con la misma suavidad de su voz. De su pizarra cuelgan fotos y regalos de sus hijos: Pedro (5) y Rosario (2), su marido Pancho y un diploma hecho por sus alumnos. “Con mención especial a su paciencia, dedicación y entrega en la formación y su apoyo constante en el desarrollo personal y profesional de sus alumnos”, reza.

“A mí encantan los estudiantes”, dice María Francisca Blanco (37). Hace seis años llegó al Centro de Biotecnología Vegetal UNAB, tras terminar su doctorado en Ciencias Biológicas, en la PUC.

“De estar aquí lo que más me gusta es que somos un Centro, y eso significa que somos un equipo, de investigadores y estudiantes”, destaca.

Allí desarrolla su línea de investigación: “en términos súper sencillos, trato de comprender cómo la planta responde a la infección por patógenos bacterianos, y, por tanto, cómo se defiende (…) de manera que a futuro podamos generar plantas que tengan alguna ventaja adaptativa”, explica.

La carrera del futuro

La Biología siempre le gustó, aunque dice que podría haber hecho cualquier cosa feliz, porque “me gusta trabajar, el trabajo en equipo, pensar, imaginar, enseñar, jugar”.

“Soy, gracias a Dios, intrínsecamente feliz. Por eso creo que si hubiera sido profesora de básica o laboratorista sería feliz, porque creo que es una opción en la vida serlo y para mí es muy fácil ser feliz (…) ¿Cómo no van a haber cosas que te hagan feliz en la vida? Siempre hay”, asegura.

Y a Bioquímica entró por el consejo de un médico con quien trabajaba su mamá. Le dijo: “la bioquímica es la carrera del futuro”, recuerda. “Ella es mi sabiduría, es súper práctica, muy fácil de llevar y sabia en todos sus consejos. La admiro mucho”, dice.

Y su papá, que se jubiló tras años de trabajar en Copec, “es mi fan número uno. Él es mi motor, el apoyo incondicional”, enfatiza. “La primera vez que vino (al Centro) le impresionó tanto y se sintió súper orgulloso del trato respetuoso y cariñoso de la gente conmigo”, añade.

La familia es “aclanada y mamona”. Tiene un hermano mayor y dos hermanas menores, con quienes tiene 10 años de diferencia y una relación muy estrecha.

“Los niños me fascinan. Siempre quise ser mamá, siempre. Y fui mamá vieja, a los 32. Así que fue un cambio de vida que esperaba hace mucho tiempo. Nunca lo pensé antes, pero cuando llegó fui muy muy feliz”, dice.

La ciencia del baile

Entre sus varios proyectos de investigación, Fondecyt y UNAB, su familia, las clases y sus estudiantes, hay algo para lo que siempre tiene tiempo: ¡bailar!

“Lo que más me gusta es la sensación de la música en la guata. Si miras mi playlist vas a encontrar desde bachata hasta flamenco, toda música muy sensorial. Bailar es la facilidad de seguir los acordes con el cuerpo y eso para mí es muy fácil y me encanta”, explica.

Así como también, las coreografías. “¡Feliz hubiera sido del Bafochi! (Ballet Folclórico de Chile) porque me encantan las coreografías. Desde kínder fui la monitora de todas las revistas de gimnasia (…) me sabía todos los pasos de Xuxa y de axé en su tiempo”.

En los matrimonios, las dirige todas. “Un amigo me invitó a un matrimonio y terminé en el escenario bailando y dirigiendo la coreografía y todo el mundo me decía en voz baja: ‘tú no eres la novia’”, recuerda y ríe a carcajadas.

Estuvo en academias de baile aprendiendo danza árabe, española, flamenco. “Pero las academias son caras y necesitaba tiempo”, dice.

Cuando estaba en la universidad iba todos los días, a las 8 de la mañana, a baile entretenido. “Era danza, bailábamos pascuense, árabe, salsa, merengue, pero eran bailes de verdad. Hoy hago zumba, pero es más bien aeróbica, no es mucha coreografía (…) pero igual voy y lo disfruto”, detalla. Va tres veces a la semana –dos en la tarde y la mañana del sábado–, mientras su marido hace pesas y los niños juegan en la guardería del gimnasio.

Con su marido va a bailar al Klub Mangosta: “es muy entretenido, intentamos al menos ir una vez al mes, yo lo necesito, y a esta altura, se me casó todo el mundo ¡ya no tengo matrimonios!”, dice y suelta una carcajada.

Con los niños también baila. En la última celebración UNAB del Día del Niño, junto a Pedro (5) ganó un concurso y en el cumpleaños de un amiguito ganó otro en una  alfombra de baile (como en la foto). “Los papás hicieron una competencia y ¡gané! Les gané a todos, a los niños, a los papas jajajaja. Nunca había jugado, pero al final es solamente ritmo. Es súper entretenido”, enfatiza.

“Yo bailaba salsa con la puerta de mi casa, tenía como 10 años. Recuerdo haber usado el picaporte, porque ahí tenía la fijación para girar”.

Texto: Macarena Villa
Fotografía: Carolina Corvalán

ENCUENTRA LA ENTREVISTA EN DIARIO UNAB, páginas 10 y 11.

DIARIO UNAB N°22
Octubre/Noviembre 2015

 

Escrito por: Prensa-UNAB