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DIARIO UNAB | Ariel Orellana: “Generar ideas y hacer ciencia es muy entretenido”

Ariel Orellana, Vicerrector de Investigación UNAB: “Generar ideas y hacer ciencia es muy entretenido” A los 29 años terminó su doctorado y se vino a la UNAB a formar la primera unidad de investigación de la Facultad de Ingeniería. A los 39 años asumió como decano de esa unidad y hoy, a los 42, está […]

Ariel Orellana, Vicerrector de Investigación UNAB:

“Generar ideas y hacer ciencia es muy entretenido”

A los 29 años terminó su doctorado y se vino a la UNAB a formar la primera unidad de investigación de la Facultad de Ingeniería. A los 39 años asumió como decano de esa unidad y hoy, a los 42, está a cargo de la Vicerrectoría Académica, en la cual quiere imprimir su sello: calidad, investigación y acreditación. 

Por Macarena Villa

 

rel=»attachment wp-att-223653″>En cualquier momento, a cualquier hora, incluso de madrugada, Ariel Orellana (55) puede tener una idea que origine un tema de investigación.

La pausa para este constante proceso creativo, que para él es “muy entretenido”, la encontró en el deporte. Hace 15 años practica windsurf, además de correr y “bicicletear”. Aunque el fútbol ha estado presente toda su vida: de niño jugaba en el medio campo y defensa, incluso fue seleccionado en los cadetes de Naval de Talcahuano, su lugar de origen. Pero, admite, “mi sueño era jugar en Huachipato”. Tenía como 12 años.

Aunque en paralelo tenía otro amor: la música. Estudió piano durante dos años. Luego estuvo dos años en una orquesta infantil y cuatro años en el conservatorio de música de la U. de Concepción estudiando contrabajo, hasta que salió de 4° medio. Una opción era seguir una carrera como intérprete superior en contrabajo. Eso, hasta que en una “casa abierta” de esa misma universidad supo que existía la carrera de Bioquímica.

“Ese día, un profesor le dijo que la Bioquímica era desafiante, porque había que saber de todo: química, idiomas, biología… Y a mí, que me gustaba todo eso, me pareció un tremendo desafío”, explica. Así, simple y rápido, en ese momento decidió que eso quería hacer.

La decisión

“En primer año estudié mucho, todo lo que no estudié en la vida. Eso me permitió sentar una buena base”, relata. Después de eso todo fue más fácil, y tuvo más tiempo disponible. Así comenzó a tocar guitarra, y de pronto se convirtió en músico habitual en las peñas universitarias. Popular, tal vez; pololo, no tanto, confiesa.

Como quería saber qué significaba investigar, en su tercer año entró a los laboratorios, y ya no salió. Al término de su carrera hizo su práctica clínica en el Centro de Diagnóstico de la UC, en Santiago. Allí sus profesores le propusieron hacer la tesis en esa universidad y luego, un curso de postgrado en vacaciones de invierno. Era 1983.

Tras dos años en Santiago, rindió su examen de grado y comenzó el doctorado en Ciencias Biológicas, mención Biología Celular y Molecular, en la UC. Lo terminó en cinco años, con 29 años de edad.

En la mitad del programa, comenzó a buscar postdoctorado en el extranjero. Con dos becas, se fue a hacer un postdoctorado en la University of Massachusetts Medical Center, en Estados Unidos.

Cuando llevaba dos años allá empezó a buscar trabajo en Chile y postuló a un Fondecyt, que se ganó. “Quería volver, porque quería hacer investigación en Chile. Si bien la infraestructura era menor, lo importante son las ideas, crear”, subraya.

Investigador independiente

Con 33 años, llegó a trabajar su propia línea de investigación –Síntesis de los polímeros de la pared celular de las células vegetales– a la U. de Chile, como profesor de la Facultad de Ciencias, en el Departamento de Biología.

“Chile tiene un desarrollo agroindustrial desde el punto de vista forestal, agrícola, vitivinícola, diversidad de flora, importante, por eso me parecía importante estudiar la biología de las plantas. Más aún la preservación de ese material genético. Y como no estaba muy desarrollado, podría tener mayor inversión. Por eso me pareció buena idea trabajar en esa área y formar gente”, explica.

Allí tuvo como colegas a connotados investigadores, algunos eran premios nacionales en Ciencia. “Fue una etapa súper enriquecedora desde lo que significa la academia. Me había formado muy bien en lo técnico, pero con ellos aprendí de academia, de la relevancia de formar estudiantes y lo importante que es contribuir desde nuestro país a la generación de nuevo conocimiento”, explica.

Como investigador independiente, comenzó a formar equipos. Y partió con estudiantes de pregrado, asistentes de investigación y luego alumnos de postgrado. A la par, inició contactos con grupos en el mundo que investigaban el mismo tema. Eso permitió que su equipo participara en colaboraciones con grupos en Europa (caso de la U. de Cambridge), Estados Unidos (como U. de Michigan, U. de California, Berkeley) y Australia.

“Me importaba mucho que mis estudiantes se contactaran y fueran a hacer investigación en el extranjero. Muchos de ellos hicieron estadías en esos laboratorios y ahora están fuera del país”, comenta.

Tras 10 años en la U. de Chile, en 2004 llegó a la UNAB –donde estudiaron sus dos hijas, de 25 y 28 años– con el objetivo de crear un Centro de Biotecnología Vegetal. Entonces eran 25 personas, hoy casi 80.

“Mi grupo (de investigación) además ha ido trabajando varios temas relacionados con el interés de la industria frutícola en Chile”, dice, tales como la genómica del durazno, uvas de mesa, uvas de vino y otros frutales.

Pese a que en 2009 asumió como director de la Dirección General de Investigación, en 2011 como miembro del Consejo Superior de Ciencias de Fondecyt y en 2014 como vicerrector de Investigación y Doctorado en la UNAB, sigue trabajando con su grupo.

Hoy, cuenta, han ido más allá de los frutales y están trabajando en la genómica de la “Pata de Guanaco”, la flor fucsia que primero aparece en el fenómeno del Desierto Florido, y que es la última en irse. “Nos interesa entender cómo una planta es capaz de generar mecanismos que le otorguen esta resiliencia y el conocimiento que generemos ahí veremos cómo utilizarlo para mitigar los efectos del cambio climático en la agricultura, explica.

 

 

“La ciencia nos permite descubrir fenómenos que nos llaman la atención y queremos entender cómo ocurren. Es lo que hoy se denomina Investigación gatillada por la curiosidad (curiosity-driven research). Todo el trabajo de grandes científicos de la historia ha sido producto de la curiosidad. Sus resultados dieron origen a conocimiento que, a través de la historia, ha sido fundamental para el desarrollo de tecnología. La curiosidad está en la base de la pirámide de la generación de conocimiento y desarrollo de tecnologías”. 

DIARIO UNAB N°30
Noviembre 2017

Escrito por: Prensa-UNAB